Grito gitano mezcla de candor

Pasión hecha canto. Rosario Flores es capaz de conquistar cualquier corazón.

Su soltura y energía muestran el talento, evolución y profesionalidad de veinticuatro años de trayectoria.

Sus manos bailan acompasadas con el aire y sus caderas se mueven al ritmo de los tambores.

La cantante española ha perfilado una propuesta artística en la que no sólo empieza a revolucionar el mundo de la música, sino que, indudablemente, plasma y confiere un sello distintivo que la identifica.

En su disco más reciente, Parte de Mí, realiza un homenaje a grandes artistas de habla hispana que han marcado sus inicios y recorridos en la música, con temas que se ajustan a su esencia.

Ella surgió como un torbellino trepidante, cargada de energía y autenticidad en Casa de Campo.

Su entrada triunfal arrancó con “Como me la maravillaría yo”, canción de su madre Lola Flores.

“Por tu ausencia”, “El sitio de mi recreo”, “Al son del tambor”, “Contigo”, “Te quiero, te quiero”, “Qué bonito”, “Algo de mí”, algunos de los temas que formaron parte de su repertorio.

El momento cumbre llegó con los despliegues sonoros de “Meneíto” y “Cómo quieres que te quiera”.

El espectáculo fue un cúmulo de sorpresas. Cada canción interpretada mostró el ingenio que posee.

La soltura y energía con que se desplazó en el escenario enfatizó que en su sangre corre música.

Adrenalina, saltos, bailes exóticos, nostalgias, esperanzas, amor y recuerdos convirtieron la noche del viernes en una noche larga, fresca y de sentidos vaivenes emocionales.

Rosario es una artista por los cuatro costados, perteneciente a una familia cargada de originalidad, talento y maestría.

Pero ella no es sólo original, es metal, es timbre de esplendor y nadie queda ajeno a su chispa, ni a la de sus músicos.

Su música es una consecuencia de lo que oía en la calle, como el funk y el rhythm and blues, y lo que había dentro de su casa, que era rumba y flamenco. Esas bulerías son fuente y base de su trabajo, pero no sólo eso, lo suyo es rumbear y encandilar con su autenticidad.

El sentimiento del flamenco y la pasión gitana se adueñaron del lugar. No hubo escenografía magnífica, pero sí un diseño de iluminación que creó atmósferas ideales para cada canción. Rosario bailó, cantó y, ciertamente, encantó a sus seguidores.

Las flores no pararon de caer. Flores directas desde el corazón de una artista que da todo de sí.

Y con esa voz potente y atronadora que derrite corazones interpretó, de manera magistral “No dudaría”, de su fenecido hermano Antonio, todo un himno contra la violencia y la guerra, cerrando con broche de oro una noche inolvidable.